El comentario de hoy, martes 22 de octubre 2024
En lo que pareciera un mea culpa o rectificación en los excesos que se siguen cometiendo en el ejercicio del poder público, hace unos días, la dirigencia nacional del Movimiento de Regeneración Nacional -Morena-, partido en el poder, lanzó una especie de decálogo a los gobernadores emanados de dicho instituto político. Les exige cumplir con la paridad de género en sus administraciones.
Además, les pide activar la consulta con el pueblo en temas trascendentales, informar periódicamente y con transparencia del destino de los recursos públicos. Pero no para ahí. Les conmina, adicionalmente -¡insólito!- a ejercer la austeridad republicana y que no haya corrupción, amiguismo, nepotismo y a privilegiar los programas destinados a los más pobres.
Los buenos propósitos siguen: no usar a la policía para reprimir al pueblo y no involucrarse con el crimen organizado. Les pide ejercer el cargo con humildad y nada de frivolidades. Muchos nos preguntamos: Pero, ¿cuál es el fondo de esta exigencia? Hacia donde debería voltear la vista la dirigente nacional es hacia los excesos y bajezas de los legisladores de su partido y aliados.
Ha quedado para la historia negra de México, la famosa tómbola para renovar plazas de magistrados y jueces federales a elegirse en 2025. Legisladores, hombres y mujeres, cual artistas de carpa, lacayos y palafreneros, arrastrándose en busca de las fichas que cayeron al suelo. Nuestro legado constitucional, el bagaje, la tradición jurídica, puesta al azar como kermés pueblerina.
Una reforma judicial, producto de la obsesión enfermiza y la venganza de algunos, puesta a juicio de iletrados, ignorantes e ineptos, que ni siquiera leyeron el dictamen y el proyecto de decreto. Hacia ahí deberían dirigirse los decálogos de la dirigencia de Morena que, a la fecha, ha dejado al arbitrio de las circunstancias la inseguridad que se vive en el país. Justamente en estados gobernados por su partido.
Pretender dar clases de moral es negarse a ver la cruda realidad del país, de la que, desde el gobierno pasado, siempre se culpó a otros. Los vicios que se pretende extirpar, están ya tan arraigados como en los peores tiempos de la hegemonía priista. Acabar con el compadrazgo, el amiguismo, el nepotismo, la corrupción, la opacidad y el dispendio, no deja de ser sólo un buen propósito.
Sólo hay que ver la soberbia y megalomanía de funcionarios, legisladores o simples servidores públicos que, en su vida soñaron con estar hoy en cargos relevantes, darle un viraje radical a su estilo de vida. Desde luego que hay excepciones. Pero los hay que sólo usan vehículos blindados, copados de guaruras, para entender que los excesos y la poca humildad, son un mal congénito de nuestra pobre cultura política. (JPA)